La valentía es una virtud que está en el justo medio entre la cobardía y la temeridad
Jésica Cristóbal | Periodista
Dentro del plan de Innova-Docencia: El ApS en la enseñanza de la justicia restaurativa en los Grados de Derecho y Educación. Métodos de resolución de conflictos alternativos al judicial y reparación del daño 2019-2020, el 24 de febrero, el proyecto contó con el testimonio de una persona que cometió un delito hace 10 años. Una pelea a la salida de un bar por cuestiones ideológicas, “fue tan intensa que si no llega a ser por la ambulancia, la otra persona podía haber fallecido”.
El delito fue juzgado como asesinato en grado de tentativa y con agravante de delito de odio. Le condenaron a 11 años de prisión y le impusieron una orden de alejamiento. Estuvo cuatro años y medio en régimen cerrado. En la actualidad, mientras sigue cumpliendo su condena en la cárcel, disfruta de permisos de salida que contribuyen a preparar su vida en libertad.
Una de las primeras cosas que hizo fue romper la relación con su círculo de amigos y al año de estar en prisión, entró a participar en el centro de ayuda.
Reconoció que entró en prisión sabiendo que hubiera querido hacer las cosas de otra manera. La ideología mezclada con la juventud hace pensar que se puede cambiar el mundo, y eso puede derivar en el vicio de la temeridad.
La valentía de este testimonio está en que no justificaba su comportamiento por los actos del otro. No se mostraba como víctima. El papel de víctima solo le había llevado al odio. En la cárcel aprendió que tener la ideología en segundo plano, facilita el diálogo.
Uno es valiente cuando puede sentarse frente al espejo y verse tal como es,
con sus defectos y aceptando sus errores.
Siendo consciente de esa realidad e intentando aportar algo a partir de ella.
Su aportación nace de su interior. En el centro de ayuda, entró en un curso de mediación.
Es consciente de que la cárcel, por sí sola, no reinserta. Hasta tal punto que afirmó:
“La cárcel es un centro para el que no tiene intención de mejorar, es un centro de destrucción de personas. Dan pastillas tranquilizantes y en el caso de matar a otro preso, no te aumentan la condena”. En el proceso restaurativo que él realizó le plantearon el caso hipotético de que al entrar en prisión, se plantea la posibilidad de dormir al preso, de manera que, en caso de respuesta afirmativa, no se tendría mucha intención de cambiar.
“La cárcel es un centro para el que no tiene intención de mejorar, es un centro de destrucción de personas. Dan pastillas tranquilizantes y en el caso de matar a otro preso, no te aumentan la condena”. En el proceso restaurativo que él realizó le plantearon el caso hipotético de que al entrar en prisión, se plantea la posibilidad de dormir al preso, de manera que, en caso de respuesta afirmativa, no se tendría mucha intención de cambiar.
“¿Querrías obviar el tiempo en prisión?”, a lo que un preso respondió negativamente, valorando el aprendizaje.
El victimario admitió que todo lo que intenta hacer es mejorar como persona, que con ganas y actitud se puede prosperar, pero que “hay gente que solo quiere ver el mundo arder”.
La mediadora Pilar González Rivero (Directora de la Asociación para la Mediación, el Encuentro y la Escucha) reforzó el testimonio manifestando que lo más sagrado que tiene el ser humano es la dignidad personal.
«El ser humano es ese que se equivoca, que toma conciencia,
que es capaz de hacer el proceso de responsabilización»
Se aprende de los errores, aún cuando son infracciones, y mayor será el aprendizaje cuanto más se cuide. Depende en gran medida en como actúa el entorno ante una equivocación: ¿cómo es la mirada? ¿se respeta o se juzga?
En su experiencia como mediadora, Pilar González, ha observado que “tanto menos quiero cambiar cuanto más grande es mi herida”.

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